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Lo que me dejó Antigua (o por qué las primeras impresiones no siempre son las que cuentan)

por Maru Mutti
Publicado: Última actualización en:

Cuando llegamos a Antigua me volví loca. Apenas bajamos del barco, un batallón de vendedores de tours que eran todos iguales y por el mismo precio nos vino a atacar como si fuéramos presas que quedaron expuestas ante su cazador. Y sí, creo que un poco eso éramos y eso son todas las personas que diariamente bajan de los diferentes cruceros que atracan en el puerto de Saint John’s, la capital de la isla.

Aunque ya habíamos hecho dos paradas antes, en ninguna me había sentido abrumada de esta forma. No podía pensar, a algunos de los vendedores sólo les faltó agarrarnos de la mano y subirnos a su combi para que hiciéramos el tour con ellos. Ni siquiera nos dejaban pensar, ni hablar entre nosotros. O por lo menos eso sentí yo.

Todo parecía girar a mi alrededor. Escuchaba nombres de playas, de diferentes lugares pero nada de todo lo que recibía podía registrarlo claramente. Cada vez que pensaba que podíamos elegir lo que teníamos ganas por nuestra cuenta, que intentábamos hablar entre nosotros, otro vendedor se acercaba y todo volvía a empezar.

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Y para rematar todo eso, cuando pensamos que nos habíamos librado de todos ellos, un grupo de estadounidenses y canadienses (tres parejas que estaban más desesperadas que los propios vendedores por hacer un paseo ya que su barco, que había tenido problemas técnicos, logró salir después de tres días parados en medio de la nada) apareció de repente, no sabemos bien de donde, diciéndonos que vayamos con ellos, que tienen el mejor guía para que nos muestre la ciudad y un montón de etcéteras que dejé de escuchar cuando ya no recordaba si habíamos visto antes a estas personas o no.

Recién pude calmar mis nervios alterados una vez que estábamos dentro de la combi y que me aseguraron que, además de todo el recorrido histórico y alguna playa íbamos a tener tiempo de caminar un poco por la ciudad más tarde. Así, ahora más relajados, empezamos nuestro paseo por la isla.

Antigua es una de las islas que conforman el país Antigua y Barbuda y tiene una población de aproximadamente 68 mil habitantes. La actividad económica principal es el turismo y es un destino tan privilegiado por su geografía, su mar y su historia que hay hoteles que llegan a costar 10 mil dólares la noche. Obviamente, está destinado a celebridades…Backpackers, abstenerse.

A medida que la combi avanzaba en las calles de la isla (algunas con subidas y bajadas demasiado pronunciadas), nos dimos cuenta de que había dos cosas que se repetían y repetían, llegando a formar parte del paisaje indiscutible de Antigua: los jardines de infantes y los cementerios. Creo que había uno cada 2 o 3 cuadras seguro.

Los jardines llenos de color y grafittis para niños, muy animados y divertidos le daban un carácter diferente al lugar pero sobre todo, dejaba explícita la alegría de su gente, de su forma de vida. Incluso después, durante nuestra caminata por el centro de Saint John’s nos dimos cuenta de que para los habitantes de Antigua los niños juegan un papel fundamental en la vida del lugar. “Dejá al niño ser niño”, rezaba uno de los bancos callejeros. Esa frase lo dice todo.

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La primera parada fue en un lugar que no teníamos planeado pero que impactaba desde lejos. La Iglesia anglicana St Paul with St Barnabas. De piedra color verde y algunos toques de ladrillo a la vista, esta pequeña construcción nos dejó con la boca abierta por su simpleza y por su belleza. Obviamente, todos en la combi pedimos parar a conocerla y aunque adentro es más simple todavía, los vitrales coloridos y la sensación de paz que reinaba allí dentro hicieron que la parada improvisada valiera la pena.

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Después de un ratito allí, seguimos camino rumbo al Fuerte James. Construido en 1706, forma parte del legado histórico de Antigua ya que este era el principal punto desde donde la isla se defendía y atacaba a quienes pretendían invadir el territorio. Además, desde acá se pueden ver otras islas cercanas como Santa Lucía y Montserrat y la vista desde este punto de Antigua es maravilloso. El horizonte se puede ver en toda su amplitud. Acá también se ve desde arriba el Astillero de Nelson (Nelson’s Dockyard), el lugar a donde nos dirigimos después.

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El Astillero es el lugar donde antiguamente se arreglaban y se guardaban los barcos, aunque hoy funciona como un espacio lujoso de la Marina. Yates de todos los tamaños, colores y precios decoran las aguas del mar mientras en los alrededores del predio los visitantes aprovechan para sentarse a tomar algo, comprar souvenirs y pasear por el pequeño museo que forma parte de este lugar considerado Parque Nacional.

Se acercaba el mediodía y el calor era abrasador. Hasta en la sombra sentíamos que nos derretíamos y, aunque de a ratos las nubes amenazaban con opacar el sol, la temperatura seguía subiendo y parecía no tener límites.

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Así, después de haber tenido el tiempo para recorrer como cada uno quería, nos reunimos todos en el punto de encuentro y coincidimos con que lo mejor, era ir a descansar un rato a la playa. No sé si el hecho de que las nubes empezaron a cubrir más el cielo ayudó o simplemente, el mar de Antigua es así, pero para mí, fue una de las mejores costas que conocimos. Lo fue en ese entonces, y lo sigo recordando así ahora. El lugar donde fuimos era una especie de bahía en el que si bien había mucha gente, nunca nos sentimos encimados o apretados, como pasa en las playas argentinas.

Nico y yo buscamos un lugar apartado, lejos de los barcitos de playa donde la gente se desesperaba por conseguir un poquito de señal de wifi y ahí, estuvimos disfrutando del paisaje, del mar y de la gente que aprovechaba su descanso de diferentes maneras. Vimos una italiana que no dejaba de posar frente a una cámara de fotos (e incluso hizo algún que otro cambio de vestuario) mientras un par de argentinos se volvían locos con las motos de agua y otros tantos simplemente dormían al sol.

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Estuvimos en la playa durante un rato, no demasiado pero lo suficiente para aprovechar el sol, comer los sandwiches que nos armamos antes de bajar del crucero y meternos un rato al agua. Después, buscamos a nuestro guía y le dijimos que queríamos volver al centro. Pese a que nos había jurado y recontra jurado que podíamos volver a la hora que quisiéramos incluso si el resto del grupo decidía regresar más tarde, no le gustó mucho que le hiciéramos ese pedido así que se las rebuscó para conseguir más gente (y cobrar más, claro) y nos llevó de vuelta a la ciudad.

La caminata por Saint John’s fue más corta de lo que nos hubiera gustado porque el calor era cada vez más fuerte y no era fácil de aguantar. Queríamos conocer la Catedral, que se veía imponente pero, para nuestra sorpresa, estaba en remodelación y sólo pudimos verla desde afuera. Algo pasó en este viaje, pero las catedrales no estuvieron de nuestro lado (ya les conté que en Guadalupe también tuvimos mala suerte para visitarla).

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Caminamos un poco más por el centro, lleno de mercados de todo tipo de cosas: ropa, recuerdos, comida, juguetes. Además, cruzamos sonrisas con adolescentes que salían del colegio con sus uniformes impecables, prolijos y super pulcros y con algunos locales que se ofrecían a salir en nuestras fotos por el simple hecho de vernos contentos y encantados con su país.

Lejos quedó la primera impresión y la sensación de ahogo que tuve cuando pisamos Antigua. Esta isla me dejó muy contenta y con ganas de más. Ojalá algún día podamos volver y disfrutarla mucho más que en una parada de crucero, porque me encantaría poder

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